miércoles, 16 de mayo de 2012


Don Julito entre carros y unas monedas



Es sábado y en el mercado Santa Clara el mundo se mueve entre frutas, legumbres, carnes, comidas y flores, pero también entre voces e historias de vida.
Dentro del mercado sólo se puede ver productos, compradores y vendedores. Pero en las afueras hay un mundo distinto y desde allí se escucha la voz de Don Julio.
Son las 11:00 y en la Versalles están estibadores, betuneros y decenas de carros estacionados. Frente a ellos está su guardián, un hombre de 55 años, afroecuatoriano.
Él maniobra el tráfico, guía con sus manos y unos cuantos gritos: entre, salga, espere, a la derecha, a la izquierda. La mañana de compras en Santa Clara transcurre vertiginosamente, carros y compradores entran y salen.
Ahí está el trabajo de don Julio. Cuida los vehículos por un momento, guía a los conductores y recibe unas cuantas monedas por ello. Nunca regresa a ver cuánto le dejaron de propina pero baraja las monedas entre sus manos y seguramente así lo descubre.
“Buenos días Don Julito” se escucha muy seguido en la vereda. Esos saludos hablan del respeto y aprecio que le tienen en el mercado. Uno de sus compañeros lo confirmó: “este muchacho es a todo dar” y don Julio alza la voz, toca mi brazo y abre sus vivaces ojos blancos –como queriendo recalcarlo- para decir que a la gente educada le aprecian en cualquier lugar.
Don Julio muestra su cédula de identidad para que lo reconozca como un carchense. Efectivamente su documento dice Carchi/Mira/El Ángel y nombre: Julio César Chalá.
Este personaje trabaja quince años como vigilante de carros en la Versalles, pero la calle no es suya así que comparte horarios y espacios con sus compañeros. Su trabajo es de lunes a sábado, desde las 8:00 hasta las 14:00.
Don Julio siente cansado su trabajo, entre soles, lluvias, tráfico. Cada palabra la acompaña de un gesto, de un movimiento de manos, como cuando se toca los ojos para explicar que tiene una responsabilidad grande si en algún momento aparece “algún choro”.
Cuando parece que ha llegado la hora de almorzar, don Julio ya tiene una funda en sus manos. Una mujer le regaló frutas, pero él prefirió guardarlas para sus hijos y seguir con el diálogo.
Este hombre dice que las ganancias que obtiene de su trabajo son como para no quejarse pues a veces hay gente más generosa que otra. De lo que sí reniega es de no contar con un seguro social que les permita vivir mejor- habla también por sus compañeros- porque como él dice “nadie tiene la salud comprada”.
El sol es cada vez más fuerte y su trabajo se complica un poquito cuando salen dos o más carros a la vez, entonces corretea de un lado a otro. Sale un carro, entra otro y sigue barajando monedas en sus manos.
Son las 13:30, se estaciona un automóvil y el conductor le pide a don Julio que le eche un “ojo”. Él le dice que se despreocupe y aprovecha para contar que allí no roban por respeto a él y a sus compañeros.
Durante quince años de trabajo sólo ha tenido problemas con el racismo. “Con eso le hacen agobiar a uno, esas son las trabas que le ponen para que no salga”, dice indignadopor un momento, porque su rostro vuelve enseguida a mostrarse ameno como es.
Don Julio alza su mano izquierda y mira su reloj: ya casi es hora. Enseguida llega el compañero del siguiente turno y él parte al noroeste de la ciudad. Algunas monedas en el bolsillo… La Roldós y su familia lo esperan.

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